¡Qué vergüenza!

Tendemos a tomarnos bastante a la ligera la vergüenza, como si fuera una emoción de segunda división.
Se habla mucho sobre de dónde viene o cómo gestionar el miedo o la ira, y pocas veces se presta atención a la vergüenza, pero lo cierto es que ésta es una de las emociones más poderosas que experimentamos los humanos porque está íntimamente ligada a una de nuestras necesidades fundamentales: la necesidad de pertenencia.
La vergüenza básicamente nos informa de que estamos transgrediendo (o a punto de transgredir) las normas de nuestra tribu (léase cultura, familia, profesión…) y que, por lo tanto, corremos el riesgo de ser excluídos (o desterrados).
Esta emoción hace de freno a lo que el individuo desearía hacer, y lo hace activando nuestro miedo más profundo: el miedo a la exclusión. Su función última es, por lo tanto, inhibirnos para mantenernos dentro de los límites de lo aceptado por nuestro clan.

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Cuando una persona siente vergüenza, en esencia lo que siente es que no merece pertenecer al clan por el hecho de no ser capaz de cumplir con el ideal del mismo (p.e. la vergüenza que siente el hombre que «no es capaz» de traer un sueldo a casa o la mujer que «no es capaz» de tener hijos) y que, potencialmente, en cualquier momento (cuando «le descubran») se le va a excluir.
De aquí que el gesto instintivo que hacemos al sentir vergüenza sea escondernos, aunque sea parcialmente (tapar la cara). Para que el otro no me vea y así confirme la indignidad que yo ya estoy sintiendo en mi interior.
Para acabar de complicar el asunto, los humanos sentimos otra necesidad igual de fuerte que la de pertenencia, pero que nos empuja en sentido opuesto: la necesidad de individuación. Esta es la necesidad de diferenciarse del colectivo, de reafirmarse como individuo, hasta cierto punto de autoexcluirse. Esta necesidad a menudo nos empuja a hacer cosas que des del punto de vista de nuestra necesidad de pertenencia son un auténtico despropósito.
El arte nace de la necesidad de individuación, y es por eso que ser artista implica hasta cierto punto sentir vergüenza: cuanto más me diferencio de mi cultura, de mi familia, de mi generación… más original y genuino soy (y, a la vez, más vergüenza siento).
Especialmente delicado es el caso de las artes escénicas, en las cuales el momento de creación artística es el momento de máxima exposición posible del individuo. Dicho de manera llana: el momento en el que uno está transgrediendo y potencialmente exponiéndose a la exclusión (y instintivamente buscaría esconderse) es el momento en el que uno está solo, bajo el foco, exhibiéndose.
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En mi opinión, ser cantante le añade aún un plus de vulnerabilidad, porque uno está «solo ante el peligro» y porque, como he dicho muchas veces, «la voz no miente» (cantar nos desnuda emocionalmente ante nuestro público).
Considerando todo esto, es fácil entender la razón por la cual tanta gente tiene pánico escénico o, si no llega a tanto, por lo menos una intensa vergüenza a la hora de cantar frente a un grupo de personas.
Creo que tendemos a intentar ignorar esta vergüenza porque nos da vergüenza sentir vergüenza (la norma que rige el ideal de cantante es que éste no siente vergüenza al actuar delante del público, y por lo tanto, como cantantes intentamos esconder nuestra vergüenza para no ser excluídos).
No es posible (ni conveniente) eliminar la vergüenza, pero sí aprender a gestionarla de la mejor manera posible.
Para empezar, es importante darle un espacio, validarla. Si nos limitamos a ignorarla (hacer como que no existe y mirar hacia otra parte) le estamos dando el máximo poder posible: el poder que tienen las cosas que actúan por debajo de nuestra conciencia. En vez de esto, la próxima vez que sientas vergüenza, párate y pregúntate: «dónde la noto en el cuerpo?», «¿cómo es la sensación?». (Llevar un registro corporal de la vergüenza es una gran manera de familiarizarnos con ella).
Una vez identificada, siéntela y respira profundamente. Y respira la sensación todas las veces que haga falta, hasta que esta empiece a transformarse. Saber cómo se manifiesta la vergüenza en nuestro cuerpo también nos permite identificar sus síntomas así que aparecen.
Finalmente, yo personalmente creo que cuanto más ego tiene un artista (y actúa desde ahí), también mayor poder sobre él tiene su vergüenza.
Creo que el mejor antídoto para mantener la vergüenza dentro de ciertos límites es estando en el escenario con una actitud de entrega, con conciencia de que se está haciendo un acto de servicio al público (cantando para el público, y no un acto de narcisismo o egolatría) y, por lo tanto, ser lo más profesional posible.

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