Es fácil creer que uno está mejor cuando no llora. Pero, a veces, no-llorar es mucho peor. A veces, no-llorar es simplemente no-sentir: negarse a experimentar las emociones propias del presente.
Y no-sentir es peor que sentir. Sólo sintiendo se puede vivir, se puede estar vivo. Aunque, a veces, no-sintiendo es como se sobrevive. Sentir es para valientes. Llorar es para valientes, valientes emocionales.
La pérdida es una vivencia del que pierde. Los vivos tienen que llorar a los muertos. Esa es su vivencia de la muerte. Los muertos no pueden llorar.
Y hay que seguir adelante, porque estamos vivos. Pero negarse a llorar es negar la pérdida. Negar la vivencia de la pérdida. Negar, por lo tanto, la vida. Poner el pause. Es decir «no estoy dispuesto a vivir/sentir en estas condiciones». Y es que a veces, parece inaceptable vivir en estas condiciones.
Paradójicamente, apegarse a la pérdida es negar la pérdida. No-llorar el ser perdido es apegarse a la pérdida no-sientiendo (porque no se puede sentir selectivamente, si se rechaza el dolor se rechaza toda emoción). No llorar la pérdida es apegarse a la propia muerte. Es morir con la pérdida.
¿Es posible desapegarse sin perder también el amor (último vestigio) que nos unía con el ser que ya hemos perdido? ¿Es olvido el desapego? ¿O es otra forma de recordar, de volver a pasar por el corazón? Pero ¿cómo sentir el amor no-sientiendo el dolor? Es difícil saber qué es peor: no olvidarte nunca o olvidarte para siempre.
En última instancia, lo aceptemos o no, lo vivamos o no, lo perdido, perdido está. Y en esta vida sólo hay algo que no podemos ni debemos perder: a nosotros mismos. Y es por eso que debemos llorar. Debemos llorar con todo nuestro ser, para poder transitar el camino que lleva de la muerte nuevamente a la vida.
Estupemdo post Mireia, muchas gracias !!! 🙂
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Gracias Pedro!
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